LA VIDA ES UN PERENNE COMBATE
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En tiempos difíciles
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quién puede precipitarse sin hacer ruido.



Víctor Valera Mora
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EL APÉNDICE DE PABLO N° 6

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UN MAESTRO QUE INSPIRA
Manuel Ferreira
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TRES POEMAS / BUKOWSKI
Miguel Hidalgo Prince
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LA NOCHE DE LOS CALVOS
Salvador Fleján
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EUGENIO MONTEJO
Mónica Mestre García
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POEMA ERÓTICO
Maribel Anaya
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DE LA LITERATURA Y LAS CARRETERAS / CARLOS ÁVILA
Mario Morenza
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EL VERDADERO
Ana Lucía de Bastos
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ESTOY AQUÍ ABAJO
Mario Morenza
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TÍO FEDE
Alberto Bueno Rangel
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LOS AMOS DEL REBOTE
Ana García Julio
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CANCIÓN DE AMOR
Yoel Villa
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POSTAL
María Dayana Fraile
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Ana García Julio*

LOS AMOS DEL REBOTE




Chico Nuevos Mundos, con un pie en el espacio y otro acá, atorado en su escafandra de sonido estéreo, donde los samplers libran una cruenta sinfonía con un bajo abismal. Reverencia las películas de Scott, Lucas, Kubrick, Spielberg y —gusto culpable— el show de Mr. Bean. Lee con devoción a Asimov, a Bradbury, a Dick (pero no a Dickens), a Sagan (Carl, no Françoise), a Sterling, a Clarke, a Lem, a Gibson, a Banks y Playboy. Le interesan la ciencia y la poesía, la historia y el humor, el mecanismo de relojería de este mundo y los otros. Competencias terrestres como el Miss Universo le parecen ridículas e injustas, puesto que conceden títulos arbitrariamente, sin darle participación real a todas las candidatas de la galaxia.


Chico Electricidad, que se alimenta de cereales fosforescentes y comería velcro si pudiera. «La sensación de esos ganchillos adhiriéndose a mis intestinos debe ser lo máximo», suele declarar. Rara vez se baña y jamás se peina, para no cargarse con la energía negativa almacenada en las cerdas del cepillo. Ama la tecnología —a la que llama «su bella bestia de metal y circuitos electrónicos»— y el planetario es su templo dominical. En su cabeza bullen ideas que por ahora son irrealizables, pero que serán realidades seguras dentro de dos o tres décadas.



Chico Asterisco, siempre metido en sus zapatos aerodinámicos, que reacomodan sus pisadas de acuerdo con la intensidad de su ritmo cardíaco. Tiene un pero para todo y su fruta favorita es la pera. Como los guisantes —que también le gustan— se va fácilmente por los imbornales, a bordo de sus efímeras meditaciones ultrasónicas. Su mayor sueño es implotar en una mota de polvo e iniciar una expedición submarina, partiendo desde el desagüe de su bañera hasta llegar al océano, con el objetivo de hallar la Atlántida y convertirla en un casino para menores de edad. Es un jugador empedernido.

Chico Ovillo, encargado de mover los hilos que no vemos, de enredar los casos más simples y desenredar los misterios. Su área de estudio es sumamente amplia: hologramas, fractales, cenestesia, futuribles, estereoscopias, nanotecnología, clonación, presurización aeronáutica, mutaciones, Triángulo de las Bermudas, daltonismo, sondas espaciales, enemas, topología, videoarte, cuásares y supernovas, robots, transgénicos, papas fritas y beats digitales. Su mirada infrarroja rara vez se equivoca.

Ellos son la nueva tribu de tribus, intransigente, irónica, reposada y vanguardista. Internet es su reino ilocalizable, la dirección que ponen en sus tarjetas, su ahí, ¿dónde?, en alguna parte. Cuando uno de ellos dice: «Tengo una idea», ¡sálvese quien pueda! Porque son menos inofensivos de lo que parecen.

Lúdicos hasta la médula, se entretienen arrojando al techo pelotitas mojadas de papel higiénico, lanzándose en benji desde lo alto de un viaducto, disparándose como bañas de cañón humanas, escupiendo hacia arriba, jugando pinball, o cualquier otra cosa que desafíe la gravedad. El pinball, en particular, los vuelve locos.



— Si la felicidad es una pistola tibia, como dijo Lennon, el pinball es una papa caliente— argumenta el Chico Electricidad con gran conocimiento de la materia—. Óigase bien: una papa caliente, mas no una papa pelada. Al igual que el pinball, la felicidad no es un asunto fácil... Cuando es fácil, es aburrido, ¿no creen?

— Dixi— asienten los otros, totalmente de acuerdo con su compañero.

— Esto debería ser un deporte olímpico— agrega el Chico Asterisco.

— Dixi, dixi— corroboran los otros, sonrientes.

Su propósito es hacer del rebote un arte, que la gente delire por su destreza.

— Como lo hacemos tan bien, deberían pagarnos por jugar— comenta el Chico Nuevos Mundos, envanecido—. Pero ni nos pagaran, quizá sería aburrido.

— O nos haríamos ricos— razona el Chico Ovillo.

Los ojos del Chico Asterisco se convierten en estrellas cuando oye hablar de dinero. Se supone que está curado de su compulsión por el juego y la plata, pero no puede evitar que sus sentidos se pongan alerta ante la pronunciación de esos vocablos.

— ¡Ni pensarlo!— corta el chico Electricidad—. A la larga, la plata se convierte en un lastre... Por eso no tenemos fines de lucro.

La tribu es fiel a su afición: sus padres les han ofrecido dólares, estudios, joyas, viajes, etc, pero ellos lo han desdeñado todo, porque el juego está en sus naturalezas.

— Nuestra más preciada joya es la bolita del pinball, que es un fetiche polimórfico— explica el Chico Ovillo, parodiando a Doña Cornelia Graco miles de años después—. Como las mesas de juego son temáticas, la bolita puede ser, según la ocasión una nave espacial, un carro de bomberos, un erizo, un cometa, una bala de cañón, una mujer, etc.



—Nada como eso, que es todo en potencia— concluye el Chico Asterisco.

—Dixi, dixi— asienten los otros, invariablemente conformes.

No hay que dudar que son personas especiales. Son la parte saludable de las estadísticas, los que salen indemnes de todo (enfermedades, accidentes, robos) y viven existencias refrigeradas. A veces tienen que pellizcarse para sentir que están ahí, porque todo les parece demasiado cool. Viven fundidos con su entorno, en permanente inmanencia. De allí el interés del Chico Ovillo por el fenómeno de la cenestesia.

—Matamos el tiempo— declara el Chico Nuevos Mundos abriendo su boca de caracol en un bostezo—, pero el tiempo tiene mil vidas, así que...

—Dixi— afirman los otros, resignados a vivir con el enemigo.

Esta obsesión por el tiempo los hace descuidar otras cosas igualmente importantes, por ejemplo, el espacio. Quizá sólo lo toman en cuenta cuando las cosas se ponen chiclosas, se encogen y se retuercen un poco. Incluso puede que sientan que «alguien les toca el hombro». Pero una vez que voltean, no hay nadie allí. Entonces necesitan una explicación objetiva.

—Quizá fue una alucinación colectiva, pero...— empieza el Chico Asterisco.

—Cierta vez estábamos viendo una película en una habitación horrenda, empapelada de beige con amebas azules— cuenta el Chico Nuevos Mundos con aire de suspenso—. Ya sabes, de esas que nunca se te olvidan, porque son el no va más del mal gusto... Y de pronto, la protagonista del film entró a una habitación como la nuestra, donde había unas personas muy parecidas a nosotros viendo una película.

—O algo así— agrega el Chico Ovillo, traumatizado.

—Al salir, fuimos los únicos en aceptar que no habíamos entendido nada, pero la situación nos sacó una sonrisa— remata el Chico Electricidad, fumando entre un preocupante olor a cable quemado.

Esta gente sólo se mueve pasadas las once, pasadas las doce. Han crecido en cuartos vacíos, con ropas prestadas —a juzgar por las tallas—, en autos de alquiler. Pero hay una tibieza, hay pulso aquí. Hay estilo, hay cotufas y cosquillas. Son los amos del rebote, postergados por la camaleónica, acomodaticia y siempre verde modernidad, que se empeña en no darle la razón a sus visiones. Constituyen una hermandad hermética de desvelados, de afortunados, de creyentes. Y no tienen vergüenza, porque piensan que los estallidos de alegría genuina no conocen las normas de urbanidad. Están convencidos de que la verdad es relativa porque significa lo que cada uno desee.

No saben mucho del mundo formal, no quieren saber para no contaminarse. Sólo han aprendido lo esencial para no perderse al salir a la calle, en esta ciudad infernal del planeta Tierra. Tampoco están preparados para hacer trabajos rudos, pero son admirables ergotistas, cirujanos de artefactos sofisticados y clavadistas en dimensiones insospechadas.

—Somos buenos, pero para nada en concreto— admite el Chico Ovillo.

Así que si tiene la suerte de cruzarse con ellos, haga como todos: rebótelos y fíjese con cuánta destreza acumulan puntos, cada vez que se estrellan contra las insólitas dianas premiadas que esconde la aburrida cotidianidad.


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* Colaboradora. Con su libro Cancelado por Lluvia, Ana García Julio ganó el III Concurso de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores.

3 comments:

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  2. Me fasció el cuento, Ana. Acabo de escribirlo en otro mensaje, pero en vez de Ana García Julio había leido Ana Julia... jajaj, por eso tuve que repetirlo. Pero eso, que quedé embobadísima con tu cuento :) Saludos

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