LA VIDA ES UN PERENNE COMBATE
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En tiempos difíciles
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quién puede precipitarse sin hacer ruido.



Víctor Valera Mora
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EL APÉNDICE DE PABLO N° 6

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UN MAESTRO QUE INSPIRA
Manuel Ferreira
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TRES POEMAS / BUKOWSKI
Miguel Hidalgo Prince
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LA NOCHE DE LOS CALVOS
Salvador Fleján
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EUGENIO MONTEJO
Mónica Mestre García
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POEMA ERÓTICO
Maribel Anaya
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DE LA LITERATURA Y LAS CARRETERAS / CARLOS ÁVILA
Mario Morenza
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EL VERDADERO
Ana Lucía de Bastos
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ESTOY AQUÍ ABAJO
Mario Morenza
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TÍO FEDE
Alberto Bueno Rangel
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LOS AMOS DEL REBOTE
Ana García Julio
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CANCIÓN DE AMOR
Yoel Villa
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POSTAL
María Dayana Fraile
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María Dayana Fraile



POSTAL

No recuerdo cuantas veces se ha repetido esta misma escena. Ana está enrollada desde al cuello hasta los pies en su manta de cuadros, además de su cabeza, sólo puedo ver un poco de su mano entre la tela, un destello incandescente en donde debería ir el cigarro, la ceniza temblorosa, siempre a punto de caer en cualquier lugar, menos en el cenicero, Beth Gibons destrozando sus cuerdas vocales al fondo, “Nobody loves me” en vivo, “Over” o “Glory box” en Sao Paulo.

Yo siempre estoy sentada en la colchoneta extendida en el piso, lateral a la cama, a veces a la derecha, a veces a la izquierda. A veces la habitación es más pequeña o es más grande, la ventana cambia de posición, hay menos cosas o más cosas, porque las cosas allí son esenciales, las montañas de discos, las rocas de cuarzo, los osos de peluche, las revistas de música, los libros, siempre el bambú enano que reposa en un recipiente de vidrio lleno de algo que parece gelatina de colores, las pinzas para el cabello, los blisters de las pastillas desperdigados por el suelo y Ana subiendo o bajando el volumen de la música, de manera arbitraria, como si le desconcertara el hecho de tener una mano libre y no estar haciendo absolutamente nada con ella.

Yo enciendo y apago un cigarrillo, el mismo cigarrillo, varias veces, pienso que quiero fumar y lo enciendo, pienso que no quiero fumar más y lo apago, -¿sabes? estoy cansada de estar sola-, Ana siempre parece querer agregar algo más, pero nunca lo hace, se entretiene con los discos, quiere hacer una pausa lo bastante larga para que las palabras que ha pronunciado, hace apenas unos segundos, se distancien lo necesario de las que vendrán a continuación. Intenta hacer algo de tiempo. Pone un disco y lo quita, pone otro y lo quita, y ahora deja una canción de Fiona Apple, casi siempre la que dice, Sometimes I feel like a criminal.




No le contesto nada a Ana cuando me dice eso, sólo la escucho y sometimes I feel like a criminal, laralaralá… enciendo otro cigarrillo, hojeo otra revista, y finalmente termino por fabular alguna historia acerca de un encontronazo inesperado con algún ex novio, porque sé que esa clase de historias le fascinan, me mira desde la cama, y pide detalles acerca de cada una de las actitudes del tipo, acerca de las mías, ¿en serio?... ¿y que hiciste tú?, pregunta si llego a hacer alguna pausa en el relato, mientras busca la hora en el reloj sobre la mesita, alarga el brazo y se lleva otro lexotanil a la boca.

Es siempre la misma escena, las mismas canciones, el mismo edredón, el mismo bambú enterrado en la gelatina. Creo que hay personas que se quedan en nosotros como una imagen fragmentada, una foto de postal, un disco rayado en el que rueda indefinidamente la misma aguja. Para mí, Ana es una de esas personas. Por eso cuando salgo a caminar por las tardes sin la idea fija de un destino, a veces termino en la puerta de Ana, en cualquiera de sus direcciones sujetas a cambios constantes. Cuando entro a su habitación, me siento como un náufrago que ha atravesado a nado el mar Caribe y finalmente ha alcanzado la costa.

Aunque hayan pasado 6 meses desde mi última visita, cuando entro a su habitación siento que nunca salí de ella, todo permanece idéntico a como lo recuerdo, incluso la expresión somnolienta en el rostro de Ana, enmarcada en el vacío de la puerta que se abre.

Se siente bien visitarla, se siente bien sentarse en la colchoneta que saca de debajo de la cama cuando llego, cocinar algo rapidito, servir en un plato tiras de pollo salteado, con dados de pera a un lado, haciendo las veces de una ensalada extraña, que sólo Ana y yo comprendemos. Le invento historias, le llevo noticias de una realidad en la que yo tampoco habito. Creo que, en el fondo, nuestra amistad tiene mucho de eso.


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